Se cumplen 30 años de la llegada de la mujer a la Guardia Civil
«Yo tengo un lema personal: la sangre no me corre por las venas; me desfila». Junto con el atuendo verde benemérito, María Dolores Pérez Saavedra, Lola para los amigos, luce los mismos zapatos que cuando ingresó en el Instituto Armado, que conserva como una reliquia. Sonríe. «Solo me los he puesto una decena de veces desde entonces», aclara. Han pasado ya 30 años de aquel momento, en el que, junto con otros 197 valientes, integró la primera promoción del Cuerpo en la que también había mujeres.
Lola nació hace 48 años en el cuartel de la Guardia Civil situado en La Puebla del Maestre, en Badajoz. Y así, entre las paredes del acuartelamiento, transcurrió su infancia. En concreto, en el cuartel de Llerena, en la misma provincia. Bisnieta, nieta e hija de guardias civiles, Lola tiene grabada la imagen de su padre subido a lomos de un caballo con el uniforme mientras su infancia transcurría «feliz», rodeada de 20 o 30 niños con los que «disfrutaba a diario».
Jugaba sin parar, sobre todo a ser «policía secreta». Desde bien pequeña le encantaba la investigación y tenía claro que eso era a lo que se iba a dedicar. La mujer había comenzado a formar parte de la Policía Nacional desde hacía unos años, por lo que tenía claro que ese iba a ser su destino para poder cumplir su sueño, solo que en el Instituto Armado.
Lola recuerda el día en el que todo cambió: «Tenía 17 años y mi padre, al llegar a casa, me dijo que la mujer iba a entrar en la Guardia Civil. Mi respuesta fue que me ayudara inmediatamente a echar los papeles. Lo mío es la investigación y, si no hubiera podido hacerlo en este Cuerpo, me hubiera ido a la Policía Nacional. Pero mejor así, no hay color».
Entonces empezó a prepararse las pruebas de acceso. Sus días arrancaban a las cinco de la mañana, cuando se levantaba para ponerse a estudiar. Después se iba al instituto y acababa la jornada haciendo algo de deporte para la parte física. Entonces ya aplicaba una máxima que la ha acompañado durante toda su vida: la perseverancia. «La pasión por tu trabajo es lo que te mueve», apunta.
A ella esa dedicación la llevó a aprobar y a formar parte de la que fue la primera promoción de la Guardia Civil en la que había mujeres. Recuerda con cariño como su madre la acompañó al examen de la oposición, algo que no fue tarea fácil de superar, ya que se presentaron más de 2.000 candidatas para las 198 plazas que había para ellas. «Sí, estaban diferenciadas de las de los hombres», añade. Aquel verano, antes de entrar en la academia de Baeza, lo pasó al lado de su padre. Ahí empezó su formación: «Me enseñó a montar y desmontar un arma con los ojos tapados».
«Emocionada e ilusionada», llegó a la academia. Ahí es donde «se fomenta el compañerismo». Aquel día dejó atrás el cuartel de Llerena, en el que había estado desde los cuatro años. Dejó atrás su infancia.
María Dolores Pérez Saavedra pertenece a la primera promoción de estas agentes en la Benemérita y fue también pionera en ser destinada a Andalucía
Durante 15 años, se dedicó a la investigación de delitos de homicidio
Perteneció al grupo que fundó el equipo Mujer-Menor en Málaga en el año 1995
Sus padres la acompañaron hasta la puerta de la academia, donde Antonia, la madre de Lola, le dijo unas palabras que nunca olvidará. Le recomendó que viviera el momento y que disfrutara, eso sí, siempre portándose bien. Estaba tranquila, dejaba a su hija en buenas manos y, sobre todo, tenía una convicción que la acompañó toda su vida: «Serás una buena guardia civil».
«Cuando entras en el cuerpo, es como si te grabaran un ADN a fuego». Tras jurar bandera y pasar por Gerona, Lola se convirtió en la primera mujer del Instituto Armado en ser destinada en Andalucía. Con solo 21 años, en 1991, llegó a Málaga, a su «paraíso», que se ha convertido en su tierra adoptiva y del que asegura que no se moverá nunca.
Miles de intervenciones
«Entonces era solo una niña y la media de edad de mis compañeros era de unos 40 años», indica la agente, quien recuerda que no quería descansar y dedicaba sus días libres a ir con otros guardias a sus intervenciones. Desde entonces, suma miles de operaciones a sus espaldas.
Arrancaban los 27 años que ha pasado dentro del cuerpo en unidades dedicadas a la investigación. Pasó por el Grupo de Homicidios –15 años–, donde recuerda que el crimen de Álora, en el que dos hombres violaron y mataron en el año 2000 a Ana Elena Lorente, mientras una tercera persona lo presenciaba todo, la dejó muy marcada.
También lo hizo el caso de Arriate, en el que Rubén, que tenía 17 años, mató a golpes a María Esther Jiménez, una niña de 13 años cuyo cadáver fue hallado en enero de 2011 en el interior de la caseta de una depuradora situada a las afueras del pueblo.
Ambas fueron investigaciones «muy complicadas», en las que trabajaron «a contrarreloj y sin descanso hasta obtener el resultado». Ese final es esclarecer el caso y ahí es donde llega la verdadera satisfacción de un guardia civil: «Ayudar a la gente. La mayor gratificación personal es cuando ves a un ciudadano agradecido por tu trabajo. Por ejemplo, con la familia de Ana Elena me une una gran amistad, les tengo mucho aprecio».
Lola reconoce que es «muy difícil» no involucrarse personalmente en este tipo de casos. Es inevitable seguir dándole vueltas a la cabeza cuando se llega a casa, después de ver a gente sufrir tanto. Asegura que lo más complicado es cuando acude con sus compañeros a hacer algún registro o detención y en la vivienda hay niños o personas mayores: «Son los más indefensos y, en ese momento, te encuentras con sentimientos cruzados».
Las víctimas
Las víctimas más vulnerables las conoció cuando formó parte del grupo de agentes que fundó el Equipo Mujer-Menor de la Guardia Civil en Málaga en el año 1995. Durante el trabajo en esta unidad detuvo a un vendedor de golosinas, a un profesor, a un pediatra y a un entrenador de fútbol, entre otros, por delitos de abusos y agresiones sexuales a menores, además de tenencia de pornografía infantil. «Esos casos sí que te los llevas a casa y son difíciles de olvidar. Ves imágenes que te revuelven las tripas», señala. Pero los agentes deben ponerse ese caparazón que hace que llegue el momento en el que «se supera», ya que, si no, no podrían trabajar.
Todos estos casos y estas vivencias suman experiencias en la vida profesional de Lola. Un conocimiento que la ha llevado a comprobar que «siempre se consiguen más cosas por las buenas que por las malas», y a insistir en que los guardias civiles están para hacer su trabajo: «Detenemos a los sospechosos, pero no estamos para juzgar a nadie, de eso se encarga la Justicia. Nosotros les arrestamos».
En los 30 años que lleva en la Guardia Civil, la delincuencia ha cambiado mucho. Las nuevas tecnologías han revolucionado el trabajo de los agentes, pero también el reto al que se enfrentan. En estos años, Lola dejó atrás el Grupo de Homicidios y las investigaciones del Emume.
Hoy en día persigue delitos económicos y de corrupción con la misma pasión y dedicación que aquella joven que llegó a Málaga con 21 años. Al igual que ahora, entonces tenía muy presentes las palabras que le dijo su madre al despedirse de ella al empezar la academia, y que se repite cada día, como un mantra: «Serás una buena guardia civil».
Fuente: https://www.diariosur.es/malaga/sangre-desfila-venas-20181007215321-nt.html